"Hasta hace muy pocos años, pensábamos en el océano como algo enorme, casi inagotable o imperturbable. Un lugar del que podíamos sacar de todo, y al que podíamos tirar lo que nos sobraba o ensuciaba la tierra firme. Hoy pagamos el precio de nuestra ignorancia".
La oceanógrafa y exploradora estadounidense Sylvia Earle resumía en el primer día de la Conferencia de los Océanos organizada por Naciones Unidas en Nueva York el cambio de mentalidad que ha dado lugar a esta reunión: el océano sufre las consecuencias de la acción humana, y el ser humano ya empieza a sentir los efectos de ese sufrimiento.
Contaminación marina de todo tipo, acidificación y aumento de la temperatura de las aguas, sobreexplotación de los bancos de animales marinos... Esa concepción de los mares como una fuente inagotable de recursos —incluyendo perforaciones y minería submarinas— y cubo de la basura global de la que hablaba Earle empieza a pasar factura. Los peces repletos de plástico y la subida del nivel del mar que ahoga a las zonas costeras son algunos de los problemas más visibles. Hay otros, como el efecto que todo esto tiene sobre el clima y el funcionamiento del planeta, que aún están por describir del todo.
Porque sabemos mucho más sobre los mares que hace unas cuantas décadas, decía Earle. Sabemos que genera oxígeno, almacena carbono, regula la temperatura y el clima y define la química del planeta. Y aunque nos falte mucho por saber sobre el protagonista principal de la vida en la Tierra —menos aún sabemos sobre lo que ocurre en sus profundidades— sí empezamos a ser conscientes de que lo que le pase nos afecta. Y mucho. Que se lo pregunten si no a los habitantes de las pequeñas islas que ven cómo se agota la pesca de la que viven, la porquería ensucia sus playas y espanta el turismo, y el mar les comienza a hogar literalmente.
Quizá por eso, las Naciones Unidas han convocado esta Conferencia de los Océanos, que no lleva número de edición porque nunca se había celebrado antes. "Ya era hora de tener una cumbre sobre la mayor parte de nuestro planeta", ironizaba Earle. Esos pequeños Estados insulares, como Fiji, Tuvalu, Maldivas, Mauricio o Trinidad y Tobago, naciones puramente oceánicas que son los primeros en experimentar los efectos del maltrato al que la acción humana ha sometido a las aguas, son y serán — una vez— los principales protagonistas de la cumbre. "Nosotros no tenemos otra opción que atacar las amenazas a nuestra propia supervivencia", en palabras del jamaicano Al Bingar, secretario general de SIDS Dock, la plataforma internacional que estos países han organizado para actuar conjuntamente contra el cambio climático y su falta de fuentes de energía.
Pero estas islas y archipiélagos no coparán toda la escena de aquí al viernes en otra isla, la de Manhattan, donde el aumento del nivel del mar dobló la media global el siglo pasado. Países muy contaminantes y otros no tanto, flotas pesqueras que cumplen con las medidas contra las capturas ilegales, y otras que no tanto, industrias conserveras y distribuidores que apuestan por la trasparencia y sostenibilidad, y otras que no tanto, agencias internacionales más o menos involucradas, investigadores, expertos... Todos tendrán algo que decir sobre los retos que desbordan los mares.
“El océano no nos necesita. Seguirá ahí en cualquier caso. La cuestión es cómo seguiremos nosotros”Y también sobre las posibles soluciones. Centenares de iniciativas y proyectos de pesca sostenible, de reciclaje de plásticos extraídos del océano, de trazabilidad de los animales marinos que comemos, placas solares que flotan estarán para compartir experiencias y conocimiento. Ideas hay muchas pero, como siempre, falta ponerse a ello.
Cuando acabe esta semana en la sede neoyorquina de las Naciones Unidas, el club donde los países se reúnen para tomar decisiones que afectan a todos, será difícil saber cuánto hay de voluntad real en las toneladas de buenas intenciones y palabras grandilocuentes —"diálogo multilateral", "construcción de resiliencia", "sostenibilidad y buenas prácticas" — que inundarán la cumbre. Tampoco se podrá prever si las conclusiones o compromisos que se adopten podrán hacer aguas en un par de meses, a imagen y semejanza del Acuerdo de París contra el cambio climático.
"Debemos dejar a un lado el beneficio nacional a corto plazo para evitar una catástrofe global a largo", urgía el secretario general de la ONU, Antonio Guterres.
En cualquier caso, Earle advertía de que la humanidad encara "una encrucijada definitiva" para definir cómo quiere vivir en las próximas décadas y siglos. "Porque el océano no nos necesita. Seguirá ahí en cualquier caso. La cuestión es cómo seguiremos nosotros con un océano tan maltratado".
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