Se ha revelado, según el diario El Comercio y otros
medios, que mucho del pescado que se vende en restaurantes y supermercados de Lima no
corresponde a la especie ofrecida. Siempre debe haber sido así ya que a los
peruanos nos consideran ciudadanos de segunda o tercera categoría. No somos
“calidad de exportación”.
Más allá de determinar si la
responsabilidad en la sustitución de especies en algunos restaurantes es de la
autoridad por falta de controles eficaces, o del empresario que estafa a sus
clientes de esta manera, lo que todos debemos preguntarnos es ¿qué hacemos los
ciudadanos comunes y corrientes que somos los consumidores ante este tipo de
situaciones? ¿Debemos quejarnos como siempre de que nos están estafando y que
nadie hace nada? ¿O debemos hacer algo más?
Las quejas en el Perú, cuando rebotan en
los medios de comunicación, apenas si duran unos días, el asunto se olvida y
todo sigue igual. Es evidente que esa no es la solución. El remedio está en el
cambio de actitud del ciudadano consumidor. Debemos de dejar de ser pasivos, indiferentes e inactivos. Tenemos que
aprender a organizarnos y a hacernos respetar. También tenemos que leer para
estar debidamente y mejor informados. Estamos adquiriendo el hábito de tan solo
leer titulares y no contenidos completos. La información parcial, incompleta, o
peor aún, la ausencia de información, nos vuelve más vulnerables a la
propaganda y a los actos derivados de la corrupción.
Este engaño descubierto en la venta de
“perico por corvina”, pone en evidencia y nos recuerda que vivimos en una
sociedad en la cual la cultura del engaño se ha enquistado. Mentir y hacer
trampa se ha enraizado en nuestra sociedad en todos los campos, en especial en
la política.
Todos venimos siendo engañados. Se nos considera tan solo como combustible,
animales de tiro que jalamos el carro donde se montan los políticos que, salvo
contadas y raras excepciones, solo persiguen el poder y los beneficios que trae
consigo. Se nos induce a votar en las elecciones por uno u otro candidato, para
luego comprobar que han mentido, porque llegan al poder y no cumplen lo
ofrecido. Ofrecen planes que gobierno que la mayoría no lee; pero que tampoco
se cumplen.
Quienes nos gobiernan y nos venden
productos olvidan que existen solamente en función del consumidor y del
ciudadano. Por tanto se deben a nosotros y nos merecemos mejor trato y respeto.
No podrían existir si no les compramos su producción y si no pagamos impuestos
y votamos en elecciones.
El sistema ha sido pervertido, los
ciudadanos hemos dejado de ser el foco de atención y la razón de ser de la
existencia del Estado, básicamente porque lo permitimos.
La publicidad comercial nos satura todo
el día en todas formas y descubrimos que algunas empresas también mienten en
gran parte. La propaganda política actúa de igual manera pero en forma más
detestable, porque apelan a nuestras conciencias e ideales, para después hundirse
en la indecencia de la mentira y de la corrupción ética, moral y efectiva.
Se nos bombardea con propaganda y
publicidad al punto de casi destruir nuestra capacidad y voluntad de análisis
propio. Se nos induce a tomar la opinión del comentarista como si fuese la
única verdad. Llegamos al punto de creer que pensar es complicado, por lo cual
tomamos la opinión y el pensamiento de otro como si fuese nuestro. A eso le
llaman “opinión pública”.
Han destruido nuestra fe en el sistema y
nos han hecho vivir sometidos al dios del mercado, de la falsa “opinión pública”
y de la democracia, que solo funciona para unos pocos. Nos han conducido a un
nivel de indecencia intelectual y moral nunca antes vistos.
Con la desilusión y desencanto de
la mayoría de la población, ilusa y
creyente en los políticos y el sistema, vienen abonado sus apetencias de poder
y su ambición, un puñado de hombres y mujeres que solo buscan beneficio propio.
Siempre ha sido así y así será por
siempre jamás, a menos que decidamos detener la rueda de este carro de abuso y
corrupción. Debemos dejar de degradarnos al nivel de manada gregaria al grito
de los políticos.
Solo terminará cuando hagamos algo
realmente efectivo y dejemos de ser pasivos e inactivos para empezar a limpiar
a la administración pública y a la
empresa privada del virus de la corrupción, la ineficacia, la indecencia y el
abuso.
La
indiferencia, la pasividad y el hacer nada no son opciones válidas ni dignas.
Marcos Kisner BuenoPresidente de la Revista Pesca