En la primera edición de la Revista Pesca de Octubre de 1960, Alejandro Bermejo acuño la frase: “La tragedia de la abundancia”, refiriéndose a una coyuntura específica de la harina de pescado de ese momento.
Lejos estaba de imaginar la proyección y profundidad de esa frase aplicada a nuestros tiempos, donde la abundancia ha generado una tragedia, no solo para el ecosistema marino peruano, sino para la moral, conduciendo al sector a niveles de indecencia difícilmente superables.
El poder derivado de la abundancia desata pasiones inimaginable para los años 60. Se compran y venden voluntades, se destruyen conciencias y degradan a algunas personas al extremo de perder la línea ética de pensamiento y de conducta.
Algunos emplean el lenguaje diplomático y elegante mostrando una cara y una mano tendida, mientras la otra mano empuñada alimenta la perfidia, la intriga, la perversidad y la manipulación.
Lo que ocurre es que no hay otro negocio tan productivo y fácil como el de la harina de pescado, que en 60 o 90 días de un año puede facturar la suma de 1,800 millones de dólares.
Si bien es cierto es legítimo que se quiera defender un negocio tan rentable, también es legítimo que la autoridad de turno pretenda mejorar la regulación con el propósito de cumplir su rol de procurar el bien común y el bienestar de las mayorías.
Lo censurable es cómo el apetito de poder y de dinero, sumados a la soberbia, genera actitudes que entran en conflicto con elementales conceptos de ética y de decencia, para alinearse a lo más conveniente para intereses subordinados y ganar o recuperar espacios de poder. En esta coyuntura, es la pérdida de espacios de poder lo que pretende recuperarse a cualquier costo.
A la larga, la naturaleza nos pasará la factura y retirará tanta abundancia que ha devenido en una tragedia ética y moral. Con tanto dinero y espacios de poder en juego ¿Les puede importar la decencia y el futuro del país?
Como decía Alexis Carrell: solamente somos una especie en apuros.