Por:
Steven Levitsky, destacado politólogo con estudio en Ciencias Políticas por la
Universidad de Stanford (1990) y un doctorado en la Universidad de Berkeley,
California (1999).
Parte
de la derecha sigue obsesionada con el poder de Ollanta Humala y Nadine
Heredia. Cree, todavía, que el chavismo
está en la esquina. Para el Dr. –perdón,
señor– Alan García, el gobierno es “chavista autoritario”, la Ley Universitaria
es chavista, y el discurso presidencial del 28 de julio fue parte de un
proyecto reeleccionista. El director de
Peru.21 no puede dejar de escribir las palabras “Nadine 2016”. Miguel Santillana describe la elección de Ana
María Solórzano en el Congreso como un “autogolpe conyugal”. Y según el congresista fujimorista, Héctor
Becerril, la Primera Dama “ha copado
todas las instituciones del país”, y con la elección de Solórzano, “tiene el
poder total”.
¿Autoritarismo
chavista? ¿Autogolpe? ¿Poder total? ¿En qué país viven? En el Perú de hoy, lo
que llama la atención del gobierno humalista no es su poder sino su debilidad.
Humala y Heredia están cada vez más solos.
Rompieron su alianza con la izquierda pero no lograron convencer a la
derecha. Y sus aliados del centro ayudan
poco. El Presidente ha perdido su apoyo
popular y es poco probable que lo recupere.
La aprobación presidencial está en 25%, y Nadine ha caído a niveles
parecidos. (Los gobiernos con 25% de
aprobación no son capaces de proyectos reeleccionistas.)
El
gobierno pierde el control del Congreso.
En marzo, el gabinete Cornejo casi no logró el voto de confianza, y la
semana pasada, el oficialismo casi perdió la Mesa Directiva. Pocos se sorprenderían si la pierde en
2015.
Finalmente,
Humala pierde el control de su propio partido.
El Partido Nacionalista es un instrumento personal, creado por y para
los Humala-Heredia. La bancada
nacionalista casi no tiene vida propia.
Y sin embargo, ha perdido 11 de sus 47 congresistas. No es fácil, siendo oficialista, perder la
primera mayoría en el Congreso. Pero el
humalismo está a punto de hacerlo.
Lejos
de ser reeleccionista, entonces, el presidente Humala se está convirtiendo en
un “pato cojo” (o “lame duck”), un Presidente que pierde autoridad porque todo
el mundo sabe que se va. Sin apoyo
público o sostén político, el humalismo no constituye ninguna amenaza. Si un giro chavista y la ‘reelección
conyugal’ siempre fueron improbables, ahora son casi imposibles.
La
única fuerza que el gobierno amenaza es el propio humalismo. Si persiste el deterioro político del
gobierno, sus perspectivas electorales en 2016 irán de mal a peor. Aún si Nadine encabeza la lista legislativa,
es probable que Gana Perú siga el camino de Perú Posible en 2006 y el APRA en
2011: una mala elección y una bancada pequeña.
Las
torpezas del humalismo podrían hasta minar sus posibilidades en 2021. Como van las cosas, Ollanta y Nadine saldrán
del poder políticamente debilitados. Incapaz, hasta ahora, de reaccionar ante
el bombardeo de críticas generado por su rol activo en el gobierno, Nadine ha
perdido la gran parte del capital político que tenía hace dos o tres años. Ya no es muy querida por el electorado. Si no aprende a hacer política, 2016 podría
ser el fin, y no el principio, de su carrera política.
Hoy
en día, el peligro para la democracia no es el poder de los Humala-Heredia: es
la desilusión pública. Este gobierno ha
hecho varias cosas bien. Hay avances
significativos en educación, salud, y política social. Pero han sido opacados por la ineptitud
política del equipo Humala-Heredia y su insistencia en no ceder espacio
político a nadie.
Como
consecuencia, el electorado peruano está decepcionado de nuevo. Desde hace más
de una década, los peruanos están profundamente descontentos con sus
gobernantes. No confían en los
políticos. No los creen dispuestos o capaces de responder a sus demandas
principales. Humala debe su triunfo en 2011 a ese descontento. Pero
lamentablemente, su gobierno solo lo refuerza.
La
desilusión fomenta el populismo. La antipatía hacia los políticos no se limita
al oficialismo. El nivel de desaprobación de todos los principales candidatos
opositores supera a 50%. En otras
palabras, una mayoría desaprueba a todos los presidenciables. Cuando el descontento abarca a toda la clase
política, el riesgo del populismo es alto.
Según
Juan Carlos Tafur, existe hoy espacio para un populista de derecha. Muchos peruanos están frustrados por la
incapacidad de sus gobernantes de responder al problema de la
delincuencia. Y la seguridad es casi
siempre una bandera de la derecha. Un populista de derecha atacaría a la clase
política por su inacción ante la delincuencia. Y prometería combatirla
personalmente, pasando por encima de los políticos y sus instituciones
“corruptas” (Congreso, Poder Judicial).
Alberto Fujimori y Álvaro Uribe utilizaron un discurso parecido –y con
mucho éxito.
El
populista de derecha podría surgir del seno del propio gobierno. El Ministro del Interior, Daniel Urresti,
empieza a construir la imagen de un hombre de acción que soluciona,
personalmente, los problemas de la gente.
Y parece que cae bien.
No
sé si Urresti tiene ambiciones políticas.
Y aun si las tiene, existen innumerables factores que podrían sacarlo de
la carrera antes del 2016. Pero vale la
pena señalar que su estilo populista puede rendir frutos electorales. Y que trabaja en seguridad pública, que será
un tema principal en las próximas elecciones presidenciales.
Espero
que no ocurra. El populismo –sea de
izquierda o derecha– siempre daña a las instituciones. Cuando los hombres son
el eje de la política pública, pasando por encima de las instituciones y
organizaciones, la institucionalidad se debilita. El Perú ha sufrido dos siglos de debilidad
institucional.
Su historia está repleta de hombres que
prometían “resultados” pasando por encima de las instituciones. Y ha pagado caro. De hecho, la democracia peruana sigue
sufriendo las consecuencias del populismo autoritario de Fujimori.
Hoy
en la política peruana, el peligro no es el poder de Humala o Nadine. Es su debilidad. Un gobierno débil no podrá llevar adelante
políticas públicas que aumentan la confianza de la gente. Y mientras no se aumenta la confianza de la
gente, la tentación populista persistirá.
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