Se ha atribuido siempre
a los recursos marinos, no solo el carácter de renovable, sino además, la
cualidad de inagotable. Se ha elegido aceptar el mito, en obstinada ignorancia
de los hechos, creyendo que los recursos pesqueros son infinitos e inagotables
y forzando la extracción hacia límites impredecibles en sus consecuencias.
El recurso pesquero no
aumenta en función de la demanda. Sucede que la biomasa de las diversas
especies objetivo sigue el camino inverso, éstas se reducen y por tanto son
insuficientes para satisfacer las expectativas y necesidades de todos los
partícipes de la pesquería.
La disminución de las
poblaciones de peces se ha acelerado al compás del aumento de las inversiones y
del incremento de pescadores artesanales contraviniendo elementales principios
de conservación, precaución, uso racional y sostenible del recurso y calidad en
el tratamiento del medio ambiente.
Hoy hay menos peces que
antes. El hecho es que la pesca de otras especies que no sean anchoveta, ha
disminuido a niveles notorios y sus precios han subido considerablemente. Ya no
hay meros, corvinas, congrios, cabrillas, etc. como antes.
La verdad es que los
volúmenes que antes existían de otras especies ya no son los mismos. Ya no es
rentable pretender vivir de su captura.
La pota es uno de ellos
y enfrenta, además, un problema de exceso de embarcaciones para el stock
disponible. Este es el escenario de vida del poblador costero. Una ilusión de
pesca de pota que no les genera empleo sostenido durante todo el año,
forzándolos a convertirse en supervivientes laborando en cualquier empleo
temporal.
La pesquería peruana
posee una capacidad de capturas muy superior a la tasa a la que los ecosistemas
pueden reproducirse, lo que significa que los recursos hidrobiológicos, así
como el capital, no se están utilizando eficazmente.
Los botes y aparejos
artesanales tradicionales se han reconvertido y mecanizado. La capacidad de
bodega y el esfuerzo pesquero se multiplica. El número de partícipes aumenta.
Las temporadas de pesca exitosa se acortan. Los pescadores artesanales, que
antes capturaban estas y otras especies a poca distancia de sus poblaciones,
hoy se han visto obligados por la necesidad, a convertirse en pescadores de
altura.
Persiste la ilusión del
pescador de tomar riqueza del mar y aumenta su frustración. Debe entenderse que
la pesca industrial y la pesca artesanal son actividades humanas que provocan
mortalidad y por tanto afectan la estructura poblacional de los recursos
hidrobiológicos. La tendencia de la población costera por apostar por la
extracción debe ser revertida. La percepción es errada y debido a desinformación.
El Estado debiera impulsar una corriente de opinión al respecto.
Los peces constituyen
un recurso natural, biológico, móvil y renovable. Su reproducción no requiere
la intervención humana ni implica ningún costo. La pesca está sujeta a la disponibilidad
de los recursos. La existencia de demasiadas embarcaciones pesqueras acarrea la
sobreexplotación y la disminución de las poblaciones. La reducción de la flota
debe ser un objetivo fundamental de la política pesquera.
Cada pez capturado deja
de estar disponible para los demás pescadores. Cada pescador se ve afectado por
la actividad de los demás pescadores, artesanales o industriales. Por tanto, a
mayor cantidad de pescadores, menos capturas para cada uno, sobre todo en un
escenario de pesquerías plenamente explotadas. Por tanto, la pesquería no debe
admitir más participantes.
Las poblaciones de
peces no se reproducen con la celeridad y en los volúmenes necesarios para
permitir que intervengan nuevos pescadores, sean artesanales o industriales. La
dependencia y vulnerabilidad de los pescadores respecto de las actividades de
los demás pescadores actuales es inevitable. Con mayor razón si entran nuevos.
En las pesquerías nos
enfrentaremos siempre al problema de la sobreexplotación del recurso natural,
por lo que surge la necesidad de aplicar restricciones. La disipación de las
rentas se produce porque el empresario al observar que en la actividad pesquera
se están produciendo beneficios económicos positivos, ingresa a ella tomando en
cuenta sólo su estructura de costos y pensando en el ingreso medio que obtendrá
de la participación de la actividad pesquera. Sin embargo, no toma en cuenta
los efectos externos que causa a los participantes existentes, es decir, al
ingresar él no considera que se reduce la biomasa disponible por lo que para
alcanzar los mismos niveles de ingreso se requiere ejercer un mayor esfuerzo
pesquero o alternativamente desplazarse a mayores distancias para alcanzar un
mismo nivel de captura. Al final, se ejerce una cantidad de esfuerzo tal que
los beneficios económicos que existían se hacen, o pueden volverse cero.
Estos efectos
corresponden a la externalidad productiva negativa, es decir, cada armador pesquero no
ha considerado en su decisión los efectos marginales que produce al resto de
los participantes de la actividad. Debe hacerse un análisis que arroje una
primera información útil que les permita evaluar si salir a pescar es negocio o
si ya dejó de serlo hace mucho tiempo debido a que los recursos pesqueros van
disminuyendo en la medida que el esfuerzo pesquero se va incrementando.
En una competencia,
donde todas las embarcaciones artesanales entran a pescar libremente, con
formalizaciones que nunca terminan, los más perjudicados serían los actuales
pescadores, porque cada vez tendrían menos recursos para extraer y menos días
de pesca. Este problema no se presenta en la pesca industrial que tiene
controles y regulación más eficaz.
Por tanto, la pesca no
puede ser de libre acceso ni debe permitirse la construcción desenfrenada de
embarcaciones, además que está prohibida. Exigir a los compradores de pota
mejor o mayor precio no es la solución por cuanto no lo harán y tampoco son
responsables de la sobre oferta que hay.
Si se incorporan más
embarcaciones a la pesca de pota, la situación del precio no mejora y el riesgo
de sobreexplotación crece. Para que los precios, por lo menos no bajen, deben
reducirse las capturas y los desembarques. Para que la pota no se sobreexplote
deben reducirse la cantidad de embarcaciones. Los armadores tienen que entender
que más lanchas no les hará ganar dinero, sino al contrario.
El reto es cómo
hacerlo. El Estado creo el creo el problema al permitir tantas embarcaciones
sin un estudio previo de la capacidad de carga del ecosistema. Ahora debe
encontrar la forma de resolverlo. El problema es que este gobierno está de
salida, así que lo más probable es que este tema reviente en el próximo
gobierno.